De una dentada arranqué a ese animal mítico que habitaba en mí. Fue tanta la luz que entró que por un momento creí ver sólo un gran vacío, pero silueta, polvo y materia se irguieron los episodios que me habían nutrido desde semilla. Y parecían de pronto, todos imbricados con cada sonrisa reciente con cada respiro de alivio con cada abrazo al enigma. El animal mítico, tapón de las heridas me había ocultado la vigorosa presencia de muchas rasgaduras juntas. Arranqué esa humedad de mí y tropecé a carcajadas con un antigua foto, con frases repartidas en papeles diminutos con aullidos, piedrecillas, amantes y familiares que me susurraban el nombre que cada una de ellas y ellos me habían dado y me reconocí en cada uno me nombré con un suspiro caía, había tropezado con restos de energías, de tejidos colectivos caía, pero caía riendo porque reconocía esa montaña que manaba de mí. Cuando la vi desde abajo sentí que me brotaba del pecho, el vientre y las orejas. ...