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Tropezar con una misma

De una dentada arranqué a ese animal mítico que habitaba en mí.
Fue tanta la luz que entró
que por un momento creí ver sólo un gran vacío,
pero silueta, polvo y materia
se irguieron los episodios que me habían nutrido desde semilla.
Y parecían de pronto, todos imbricados con cada sonrisa reciente
con cada respiro de alivio
con cada abrazo al enigma.

El animal mítico, tapón de las heridas
me había ocultado la vigorosa presencia de muchas rasgaduras juntas.

Arranqué esa humedad de mí  y tropecé a carcajadas
con un antigua foto, con frases repartidas en papeles diminutos
con aullidos, piedrecillas, amantes y familiares
que me susurraban el nombre
que cada una de ellas y ellos me habían dado
y me reconocí en cada uno
me nombré con un suspiro
caía,  había tropezado con restos de energías, de tejidos colectivos
caía, pero caía riendo porque reconocía esa montaña que manaba de mí.
Cuando la vi desde abajo sentí que me brotaba del pecho, el vientre y las orejas.

Ese lagarto inmenso me despejó la nuca con su partida,
para comprender en qué punto de mí  me encontraba parada.


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